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Humboldt Seeds
El condado de Humboldt, en la costa norte de California, ha
sido, en poco tiempo, escenario de numerosos cambios de gran relevancia
histórica. Debido a sus características geográficas, allí podemos encontrar
casi 500 km de costa escarpada aún sin explotar, seis ríos, dos cadenas
montañosas, algunos de los pocos bosques de enormes secuoyas rojas que quedan
en la tierra, así como innumerables especies diferentes de flora y fauna. La
región del condado de Humboldt ha sido siempre amada y apreciada por sus
materias primas y recursos naturales.
Hasta mediados y finales del siglo XIX, un gran número de
tribus de nativos americanos, descendientes de antiguos pueblos con más de
15.000 años de historia en la región, se asentaron a lo largo y ancho del
Pacífico Noroeste. Los Wiyot, Yurok, Hupa, Karok, Chilula, Whilkut y los
Atabascanos del sur, incluyendo a los Mattole y los Nongatl, son solo algunas
de las comunidades indígenas que vivían en bosques vírgenes perdidos en las
montañas. Los colonos españoles descubrieron la costa norte de Humboldt en
1775, cuando echaron anclas en la bahía de Trinidad. Sin embargo, no fue hasta
1806 que llegaron al sur de la bahía de Humboldt. El futuro del condado estaría
marcado para siempre, económicamente hablando, por tratarse de un lugar idóneo
para obtener una gran variedad de recursos naturales.
Una vez que las comunidades provenientes de Europa
comenzaron a establecerse en territorios nativos, la era de la extracción de
oro marcaría el comienzo de la destrucción de los bosques vírgenes. La
población de la ciudad de San Francisco pasó de 2.000 personas, en 1849, a
59.000, en 1855, lo que se tradujo en una mayor necesidad de madera. Con fines
comerciales y residenciales, dentro y fuera de la ciudad, nació una nueva
industria destinada a dar respuesta a una población cada vez mayor de personas
provenientes de países como Portugal, Croacia o China, entre otros, deseosos de
disfrutar también de estas oportunidades económicas.
La Ley de Asentamientos Rurales de 1862, junto con la Ley de
Madera y Piedra de 1878, firmó la carta de condena a la tierra virgen y salvaje
que hasta entonces caracterizaba a la región del norte. El Congreso de los
Estados Unidos decidió vender las tierras “no aptas para el cultivo”
(la mayoría ocupadas por pueblos indígenas) al increíble precio de 2,5 $ por
acre, siempre y cuando estuvieran destinadas a la producción minera y maderera.
La ley fijaba el límite en 160 acres. No obstante, las grandes compañías
madereras lograban burlar la ley contratando personas para que adquirieran
tierras como compradores individuales. Así, haciéndose con estos títulos de
tenencia de tierras, conseguían parcelas mucho más grandes. Más tarde, se
cambió la ley para que el límite se situara en 20.000 acres por parcela. En tan
solo 30 años, la industria maderera pasó de estar formada por unas pocas
compañías y molinos, a superar los 400 en el Pacífico Noroeste.
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I should be incapable of drawing a single stroke at the present moment; and yet I feel that I never was a greater artist than now.
When, while the lovely valley teems with vapour around me, and the meridian sun strikes the upper surface of the impenetrable foliage of my trees, and but a few stray gleams steal into the inner sanctuary, I throw myself down among the tall grass by the trickling stream.
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